Lealtad
- Causa Psi
- 24 ene 2017
- 3 Min. de lectura

Mi nombre es Carla y hace 48 años que le soy totalmente leal. Toda mi vida se resume en la fe ciega y rotunda que tengo hacia ella. Siempre postergué mis sueños y mis ganas en función de este maldito culto que le rindo. Muchas veces me encuentro claudicando ante ella sin poder avanzar. Recuerdo cuando tenía 20 años, una amiga (Paula), me insistió para que nos fuéramos a trabajar a España. Era un lunes, habíamos quedado en encontrarnos en el café que estaba a la vuelta de su trabajo, Corrientes al 1600. Llegué temprano como de costumbre, y apenas traspase la puerta fui atravesada por un estallido de aromas, tilo, manzanilla, café, cardamomo y canela entre otros, aromas que quedaron fuertemente instalados en mi memoria. El lugar era lo que dice un espacio que invitaba a tomar algo, principalmente decisiones. Paula me citó al lugar indicado, era muy inteligente. Me senté en una mesa del fondo, no tardó en acercarse el mozo, vestido con pantalón negro y un chaleco rojo estridente, pedí un té de canela y cardamomo. Mientras esperaba mi té me puse a observar el lugar, el mobiliario antiguo y muy bien conservado, los exhibidores de té y las latas en la vitrina, todo era perfecto. No tardé demasiado en hacer una analogía entre el logo del lugar, un hermoso gato de color negro con un moño rojo, y la vestimenta del mozo, recuerdo que pase un buen rato metaforizando la imagen…. Un gato negro, portador de mala suerte, acá y en la china, pero tiene un moño rojo contra las malas vibras, ok pensé, entonces es como la vida misma, quizás naciste mal aspectada pero depende o no de vos contrarrestarlo. Después de la metáfora tenía todas las esperanzas a flor de piel y recuerdo que sentencié…”voy a esperar a que llegue Paula, le voy a decir que sí, nos vamos a Madrid y arranco mi verdadera vida”... Esa tarde planificamos todo nuestro viaje. Nos despedimos en la boca del subte de Florida y me fui casa a contarles a mis padres la decisión. En el trayecto de Florida a Los Incas tuve el primer indicio de la maldita lealtad. Todo comenzó como siempre en mi cabeza. Los primeros pensamientos fueron de abatimiento, desanimo y sinsentido…” vos no vas poder".. “ realmente pensás que estando lejos vas a lograr algo?”... “estar lejos de tu familia es una locura”... “además con tu mala suerte seguro que llegás y no conseguís trabajo!”... “ no te lo podes permitir”. Después comenzaron los signos físicos de siempre, la pelota en el estomago, el calambre en las manos y el clásico dolor de cabeza. Un dolor sordo que empieza en la sien para luego expandirse hasta la nuca, y allí el sudor; un sudor que empapa mi cuello y me deja paralizada. Cuando logré reponerme baje del subte y me fui caminando hasta casa. Todas esas cuadras no hice más que buscar en mis recuerdos algunos vestigios de esta maldición.
Mi madre estaba cocinando y mi padre sentado frente al televisor. Le di un beso a papá, saludé a mi madre y apoyándome en la mesada le pregunté…. -¿Mamá, como fue que quedaste embarazada de mí? Mi madre dejó de rebosar las milanesas, me miró y dijo… -Carla como te conté mil veces… si bien vos viniste sin querer (tus hermanos ya eran grandes), fuiste la bendición de nuestras vidas y hoy no podríamos vivir sin vos. Te amamos tanto hijita. Ahora andá a lavarte las manos así ya pongo las milanesas a freír. En ese momento solo una frase quedó retumbando en mi cabeza… “No pueden vivir sin mí”. No me podía ir, definitivamente no podía. Los días siguientes fueron raros; le dije a Paula que organice sola su viaje. No me dió pena no ir, es más, me sentí aliviada.
Hoy hace diez años que mis padres se fueron. Estoy sola, sigo viviendo en la misma casa y yendo todos los días al mismo trabajo. De vez en cuando chateo con Paula que sigue en Madrid, se casó y tiene tres hijas. Yo sigo acá, igual que hace 20 años; solo que hoy no dejo de pensar en si estoy dispuesta aunque sea “sin querer” a vivir sin esa Carla que fue hasta ahora tan sacrificadamente leal a la mentira que edificó su vida.
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